sábado, 23 de octubre de 2010

El día de mañana


Es difícil volver a escribir cuando se ha mordido con inocencia el señuelo de la autosatisfacción, con una candidez impropia para una mujer de más de cuarenta años. Pero hemos hallado poesía en la piel de la palabra y esto no se consigue cualquier día. Tal vez fueran los montones de hojas secas de morera dispuestos a tramos en la acera por el barrendero, o la motosierra cercenando la savia silenciada por el otoñal crepúsculo. O el fresco de la amanecida, o acaso la llegada imprevista de la edad tardía con sus oraciones decadentes y sus lamentos de capillas románicas.

No lo sabemos.

Tampoco sabemos lo que nos deparará el día de mañana, desde el amanecer italiano hasta la fuga imperceptible de un sol grande y brillante aun en los días de mirada triste. Alguna persona paseará con su perro por el puerto, con una cadena y una bolsa de plástico. Los cartagineses dormirán tranquilos o se acercarán a Escombreras con un mono de operario y una fiambrera. No nos enseñarán el culo. Tal saludo ofende a las arenas dulces y calientes de Cartago, a las palmeras que sostienen parte del cielo azul del desierto y a las mismas ruinas de una ciudad asolada por las gentes del norte del Mediterráneo. Los romanos se hicieron pacifistas mucho antes de la proclamación del Imperio y ahora son relucientes recuerdos de una canción de Sabina. Debió haber en Cartagena una importante colonia judía, pero los vientos fueron siempre adversos para esta gente que siguió leyendo el Antiguo Testamento, como si Pasolini no hubiera soñado una Pasión según san Mateo o el blanco y negro de la Edad Antigua libara del sabor del azafrán.

No hay razón para temer la naturaleza de las gentes que se asoman al mar en estrechas playas o desde violentos acantilados de matorral y tierra insegura. Las grúas del puerto, inmóviles, silenciosas, sueñan con carreras de cuadrigas entre sus patas de músculos de hierro, y las gaviotas descansan en los sillares de La Muralla, en los patios de los edificios, en las troneras de los cañones, mirando el mar con esa disposición del ave que se siente libre y capaz de surcar el universo con las alas extendidas entre claridad azul y tormentas fenicias.

Mañana- se dice- habrá tarta de queso; los árbitros participarán del festín de la razón práctica, leerán a Spinoza mientras se lanzan tiros libres; Jesús García llegará con un libro de poesía de Rosalía de Castro bajo el brazo y nosotras recordaremos las visitas de José Hierro a Cartagena o de Pepe Lucas a la Asamblea Regional. No habrá disenso, sólo el suficiente para mirarnos de reojo y narrar alguna anécdota del murciano que estuvo en Cartagena o del cartagenero que estuvo en Murcia. A esto se reduce nuestra incomprensión para con el otro.

No pensamos andar sobre las aguas del puerto, ni observar las altas atalayas que adormecen la ciudad con sus sirenas de perfil griego. Pasear sobre el libro de la historia sobre el que se asienta Cartagena es un placer inmenso – así lo vieron los literatos que recrean cartas esféricas o luchas estamentales en los alrededores de Uclés- sobre todo cuando en mitad de una página ves erguirse imponente las gradas del Teatro Romano o la fachada de cualquier edifico neocentista, porque la ciudad portuaria es un compendio de vivencias inabarcables para cualquier persona que no viaje más allá de 1980 ó 1970.

La madrugada llama a esta ventana abierta al mundo, se apaga el arco iris que inspira la tranquilidad del alma. La noche será larga para todas y todos, la espera no conoce atajos, sólo el sueño reparador de una cama con mosquitera y el silencio absoluto de los últimos benditos acogidos provisionalmente en el purgatorio.

1 comentario:

Lucía Sánchez dijo...

CB Cartagena 44 CB Murcia 85
Un gran partido de los posiblemente mejores equipos de la liga cadete. Mucho público. padres, madres, entrenadores, jóvenes... A la salida, la luna estaba envuelta en un halo de seda blanca.
En el intermedio, tarta de queso (deliciosa), gressy y otros licores. Confraternización de ambas aficiones.
Una buena tarde, sin duda.