Esta no es una crisis cualquiera; no tiene relación alguna con las crisis de los setenta, ochenta o noventa del Siglo XX. Puede ser un ciclo económico más, pero la respuesta que se le da no persigue ”solo” volver a la senda (autovía o AVE para entendernos) del crecimiento y del reparto, desigual pero a fin de cuentas reparto, de la riqueza tal como se pactó tras la II Guerra Mundial. Las advocaciones al no retorno, a la economía globalizada que actúa, al parecer, con reglas más parecidas a la de la selva, a los llamados “emprendedores” (como si hubiera una mayoría pasiva que recibe y no crea) y al fin del Estado Social Europeo (Draghi dixit) son mayoría tanto en los medios de comunicación como en el todo social, en donde hay individuos y grupos económicos y sociales que objetivamente claman en contra de sus propios intereses. Cosas de la hegemonía social.
El mundo, al parecer,
tiende a escindirse entre emprendedores y no emprendedores, entre
creadores de consumo y consumidores. Los primeros, son los llamados a
heredar el reino terrenal del oro mientras los segundos abjuran de su
rol de ciudadanos, y como tales portadores de derechos, por el de
compradores de productos y servicios. No importa que las clases
medias se reduzcan al absurdo. Las sociedades que confían su
estabilidad a una clase media robusta, educada, enemiga
mayoritariamente de ingenierías sociales agresivas, no se
corresponden con el modelo que quiere salir de esta gran depresión
que ya va por el año quinto.
El euro fue durante años
la prostituta, o el prostituto, que nos permitía creer que éramos
especiales, deseados, tocados por la diosa fortuna: Mediterráneo,
atardeceres dulces, palmeras, carne a la brasa, risas, helados en el
brillo decadente de la madrugada... Finalmente resultó una madrastra
que tocó la trompeta y ordenó el paso de la oca para todos,
prusianos o no. ¡Cuán felices nos sentíamos cuando todo resultaba
barato y al alcance de la mano!. Hasta que se nos dijo, antes nunca
se mencionó ni de pasada, que nuestro país podía quebrar porque la
política monetaria la dictaba el Banco Central Europeo y, en
realidad, el Bundesbank.
Conozco emprendedores,
empresarios, que se encuentran en apuros. Algunos son en realidad
trabajadores como nosotros; otros creyeron que la recesión actual
sería buena para disciplinar la fuerza de trabajo. Ya se sabe:
demasiadas retribuciones, monetarias o en especie; exceso de derecho
laborales; insolencia en algún caso. La crisis, y la transferencia
de las rentas de trabajo a las clases poseedoras modificaría
sustancialmente este estado de cosas en el que no se reconoce el
esfuerzo, el talento y el riesgo. Pero parece que la realidad, o frau
Merkel, se ha pasado de rosca y la caída del consumo es de tal
proporción que los grupos sociales a disciplinar ya no tienen
recursos para consumir, y esos emprendedores que desprecian cualquier
atisbo de igualdad están viendo hundirse sus empresas (aunque nunca
sus convicciones, que son de acero), lo que les impulsa a exigir más
recortes y represión.
Los vendedores de
servicios, que son muchos e ideológicamente muy confortados con el
nuevo orden, que abominan las huelgas y llaman a la aceptación del
pensamiento único y a la sumisión a las leyes racionales del
mercado, sobre todo si se tiene un buen colchón relleno de euros
ahorrados o evadidos, viven también en el desprecio a los otros, que
son precisamente sus consumidores y que más pronto que tarde
comenzarán a cancelar sus promesas de modernidad en aras de una
mayor frugalidad y fortalecimiento ante incertidumbres futuras.
En diciembre, más de
4000 millones de euros no se inyectarán a la máquina del consumo.
Se habla de comidas con tupper en la puerta del Palacio de San
Esteban. Las clases medias ya no están para comilones navideñas,
convivencia extralaboral y alegrías consumistas. Los pequeños
comercios, esos que no cerraron el pasado 14 de noviembre, van a
pasar unas fiestas muy, muy malas.
Y esto ha comenzado
ahora...
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