Llovió por la tarde.
Huele a humedad y a fiesta. Desde el Puente Viejo contemplamos el
río. El agua cubre las dos motas interiores de su cauce. La de la
margen izquierda resistirá la zapa de la erosión. Está protegida
por un talud de piedra. Sin embargo, la mota de la margen derecha, en
la que se sientan los pescadores buscando la sombra breve de las
palmeras, se deshace como un terrón de azúcar. Las raíces de las
palmeras danzan como algas de un fondo marino arenoso.
La sardina se alza frente
al Hotel Victoria. Esta mañana he leído que llegó ayer en
bicicleta. ¡Valiente sardina!, ¡hay que ser muy osada para circular
en bicicleta en una ciudad tan amable como Murcia!. Sin embargo, se
levanta indolente sobre un pedestal. Ha llegado indemne y ahora
sonríe a la olorosa noche murciana. En lo más alto, publicidad de
un Banco. Ellos pagan la sardina, nosotros los cristales rotos. Rodeo
el pescado buscando las heridas del anzuelo sobre el cartón piedra.
La huelo: más parece un arenque seco traído de la garganta profunda
del Gulag. ¡Si Solzhenitsyn
leyera estas notas!.
La
sociedad murciana es el palacio de cristal de Murano de la
inconsciencia colectiva hecha añicos. Los vidrios del desastre se
esparcen por valles y llanuras de nuestra tierra. Brillan en sueños
de oropeles tropicales bajo un sol meridional, cálido, calladamente
incestuoso. En derredor de la sardina, la gente se fotografía,
sonríe, se mira, se desnuda con la piel de la sensualidad del azahar
de la piel humana. Las calles de la ciudad bullen de vida. Bajamos
hacia la Gran Vía. A la altura del número 9 de la avenida,
caminamos durante un tramo por el asfalto. A lo lejos, una furgoneta
de la policía local abre el paso al desfile del testamento de la
sardina. Se escucha ya el pitorreo de la fiesta, el olor a alcohol,
el inestable movimiento sobre un charco de ginebra
de los caballeros de las carrozas jugueteras. En la acera, creo ver
al Gran Gatsby con una copa de champán en la mano. Observa la noche
con desdén y sonríe cuando los sardineros reparten plástico tóxico
a la chiquillería que se les acerca.
Nos
alejamos de la fiesta. En el cajero automático de un banco del BBVA,
dos vagabundos se preparan el lecho nocturno. La luz blanca del
cubículo es perfecta para leer. Uno de los vagabundos sostiene un
libro de tapas blandas naranjas. Creo leer Agatha Christie en la
portada, pero tal vez me equivoque. Por alguna razón suelo asociar
el nombre de la autora inglesa a la trashumancia, a la inestabilidad
emocional, a la pesadilla nunca despertada. Vivimos una época
difícil, el esqueleto que sostiene la carne de nuestra economía
tiene osteoporosis, los gobernantes de esta tierra dejan un rastro de
calcio allí dónde se sientan, están enfermos de incomprensión y
viajan a Madrid a llorar la ingratitud de esa gente del sur por la
que tanto han luchado.
Volvemos
a casa. Dejamos a un lado al
Gran Pez y a
doña Sardina. Ya hemos soportado bastante a Fernando Romay en
las retransmisiones televisivas del UCAM Murcia. Cruzamos de nuevo el
río. El agua fluye sin apenas resistencia, pero no se ven flotar los
cadáveres de tantos años perdidos. Deben estar enterrados en los
lechos secos de las ramblas, en los hoyos de los campos de golf, en
las calles que delimitan solares de urbanizaciones abandonadas, en
las autopistas de peaje que vamos a pagar todos los ciudadanos...Nada
de cuerpos hinchados por el agua o de arcas llenas del oro robado a
la sociedad. Junto a un cadáver nunca encontraremos su penitencia,
tampoco su arrepentimiento.
A
la altura del número 9 de la gran Vía miramos al cielo. No se ven
las estrellas. El olor a alcohol y a desvergüenza ocupa el vacío
dejado por la honradez (si es que alguna vez la hubo).
¡Si
al menos nevara en Murcia, con el deshielo aparecería el cadáver
que huele a coles de Bruselas!.
1 comentario:
Querida Lucía, esto no es un cuento, es la cruel y triste, muy triste realidad. Esta verdad me desgarra el alma y grito de dolor, un grito en no sé qué longitud de onda pues los que me rodean permanecen impasibles ante mi requiebro. ¿Habrá alguien aquí o allá que atienda mi dolor?
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