Realmente, aquella mañana,
después de la tormenta de la madrugada y
de las ramas de las acacias arañando con sus papiros de luz otoñal los
cristales de la ventana, fue extraordinaria. Y no lo fue porque el sol brillara
en lo alto de un cielo limpio y, después de muchos meses, azul como esos mares que vemos en las postales
y en los que sabemos que nunca podremos nadar, sumergirnos, sentir su cálido
terciopelo en la piel, besarlos con los labios mientras observamos en la arena
del fondo el rostro más querido del pasado, del útero de Selene. No. La mañana
asemejaba un racimo de sueños anudado por el cielo rosáceo del alba. Y esa
apariencia la hacía extraordinaria, una mañana de calidez meridional; y esa
sola idea, y esa boca en la mía, y ese cuerpo desnudo empapado de bruma y de
lluvia otoñal, y esa mirada, y esa habitación blanca, sencilla, una rosa y no
más…
Realmente, aquella mañana era
nuestra mañana y el mundo y sus miserias ni siquiera recuerdo.
1 comentario:
Un aplauso más que te has ganado.
JAMB
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