Andrew Carter estornudó
antes de vaciar el cargador de su revólver en el tronco de la
noguera. Las hojas lo miraron desde arriba, se agitaron con el viento
del atardecer y llamaron con sus susurros a las águilas y a los
manantiales de musgo del bosque sombrío. Fue una muerte lenta, la
savia se derramó en la cubierta de pizarra, las amapolas
palidecieron, los monjes de Los Teatinos tocaron las campañas a
1600 metros de altitud y la noche fue fría.
Un fuego helado brilló
en el horizonte.
Un fuego verde,
Andrew Carter miró
alrededor y supo que su obra dejaría huella.
Un bosque de carbón...
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