La primera y última vez
que acampé en Cazorla estuve toda la noche escuchando la berrea de
los ciervos. Era el último tercio de septiembre y hasta el atardecer
siguiente no supe que aquello no provenía de una vaquería próxima
a la Fuente del Vinagre, sino del ritual de los ciervos. Por entonces
era muy joven, apenas adolescente. Hoy, treinta años después, he
regresado a aquella sierra y he recordado las experiencias de esos
primeros días del otoño de principios de los ochenta: el lugar
donde Rodriguez de la Fuente filmó los lances de los cérvidos, en
la cola del pantano, la muerte de Paquirri conocida en un fría noche
en Coto Ríos mientras los animales bajaban de las oscuras laderas
para comer entre las basuras, los faisanes disecados de un bar de la
sierra, la temperatura tibia y el agua fresca de los manantiales. De
regreso he cometido la osadía de atravesar transversalmente las
sierras, desde Hornos hasta Santiago de la Espada y desde allí a La
Puebla de don Fabrique. Nos hemos desviado para conocer el nacimiento
del Río Segura y he disfrutado con las sombras de las nogueras y el
agua fría de la media tarde.
Entrando en Caravaca de
la Cruz, me ha sorprendido la humareda detrás de las colinas de la
ciudad, Luego he sabido que un incendio provocado al norte del Cenajo
se extendía por las tierras de Moratalla y Calasparra. Desde la
Puebla de don Fabrique ya se observaba como un cielo encapotado que
atribuí a la calima de los últimos días. Craso error: las sierras
de nuestro país vuelven a arder por sus cuatro costados, en ello se
empecinan pirómanos y personas irresponsables que desconocen el
valor de lo colectivo.
Luego el partido y al
finalizar el partido, la alegría de esas noches de especial orgullo
patrio. Las bocinas de madrugada, la pirotecnia, los jóvenes
gritando, el momento histórico único, el no hay tres sin cuatro,
las banderas ondeando al árido viento de julio, las caras
maquilladas de color rojo y amarillo, los gritos de los vecinos, los
jazmines oliendo a sueño...
Nos podemos sentir
orgullosos: somos campeones del mundo, de Europa. La alegría, lo
entiendo, desborda el ámbito privado y hace suya la calle y los
corazones y el orgullo de sentirse participe de un éxito colectivo.
Pero por otro lado pienso que si la mitad de los que hoy
exteriorizamos nuestra alegría por la victoria, mostráramos nuestro
enojo por los recortes en la sanidad o en la educación pública
podríamos parar tanto desatino y ataque a patrimonio colectivo en
beneficio de unos pocos.
Son las doce de la noche,
y la alegría un tanto irresponsable se extiende por la noche murciana.
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