Al subir al puente viejo,
una ráfaga de viento refresca el ambiente. Las banderas revolotean
como palomas de libertad mientras los manifestantes fotografían una
Gran Vía abarrotada de gente. Acaso es una de las mayores
manifestaciones de la historia de la ciudad de Murcia. Hay razones,
por supuesto, y éstas no son livianas. El movimiento obrero tardó
un siglo en organizarse, desde el primer ludismo y no fue hasta
finales del Siglo XIX cuando se pudo tratar de igual a igual al poder
económico, no obstante las matanzas y represión salvaje. Este dato
debe hacernos reflexionar sobre la caverna mediática y sus amos, la
oligarquía española, dispuestas ambas a criminalizar el
sindicalismo para romper los vínculos de solidaridad de clase en el
que han participado, consciente e inconscientemente, sectores de la
población que clamaban objetivamente contra sus propios intereses.
El gobierno de la derecha
ha respondido siempre, desde los Reyes Católicos, a los intereses de
la aristocracia económica y social y nunca, ni siquiera en este
momento histórico en el que las distintas clases medias tienen la
llave del poder, para la mayoría. No es un gobierno popular, es un
gobierno autoritario, sujeto activo de los designios de sus amos, que
pretende disciplinar a las, por ellos despreciadas y despreciables
clases subordinadas. Aprovechando la profunda crisis económica en la
que vivimos instalados, la oligarquía española ha decidido
implantar mediante la violencia normativa las recetas del Consenso de
Washington. Sus objetivos son cada vez más nítidos: explicitar
quien manda, transferir las rentas del trabajo al empresariado,
privatizar la sanidad, la educación, los servicios sociales
públicos, implantar un férreo control cultural e ideológico que
complete el círculo de la sumisión y de la desigualdad social
impugnados desde el Siglo XVIII.
Ahora, con la prima de
riesgo superando los 600 puntos, con un fatalismo social que acepta
como necesario la privatización de los derechos colectivos y de sus
herramientas materiales, con la violencia ideológica, clasista, de
la que hace gala y ostentación el gobierno central, la oligarquía
española quiere devolver a las clases subordinadas a lo que
consideran su lugar natural desposeyéndolas de la propiedad
colectiva que les ha permitido una vida más o menos segura.
Pero el 19 de julio les
demostramos que las raíces de la igualdad y de la dignidad social
son muy profundas, demasiado profundas como para ser arrancadas como
la yerba. Tenemos, compañeros y compañeras, las raíces de los
olmos y somos como la yedra que rodea y oculta los sillares
aristocráticos de una oligarquía mediocre, dependiente, decadente.
Debemos seguir luchando,
debemos ahondar en la
rebelión cívica que como hombres y mujeres nos ha hecho libres.
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