Primero dibujamos una
luna redonda, grande, entre brumas nocturnas, golpeada por el viento
galáctico, abierta a los mares del sur en retales de texturas,
sabores y colores dispersos, soñada por los amantes que burlan a las
nubes con su sexos de piedras rojizas, calientes, con corazones que
laten acompasadamente en su interior, una luna nueva, distinta y
distante que imita el canto del ruiseñor en la amanecida, que tiene
contorno de espuma y algas, que se contempla entre palmeras y arena
quebradiza, que surge al atardecer y nos contempla desde arriba,
señorial, majestuosa, una dama blanca, amarilla, anaranjada...
Luego, durante la
vigilia, mientras observas un suspiro ascendiendo por los juncos del
cañaveral o el vuelo del abejaruco, el rumor de sus alas o el olor
de su plumaje, cuando ya sabes que no eres nadie, que tus recuerdos
no escarban en la tierra húmeda de lo que un día fue la juventud
(ahora perdida, ahora olvidada), que tus manos, la piel que la cubre,
ya no acarician la miel que recubre tu alma, ese mundo blasfemo (a
veces) que habita tu ser, tu pensamiento, la forma de reconstruir un
pasado fantasmal, luego (digo), durante la vigilia, anudas con las
palabras un verso suelto, que no rima con la estrofa, que huye del
soneto, y lo lanzas al aire para que vuele, para que edifique
palacios de caramelo en la perpendicular de las ciudades (estas
oscuras, vacías, peces que se pudren en el río que las surca)...
Después, la luna, tú,
yo, la paloma, la espuma de la cerveza, un torrente interior que
desgarra los músculos del corazón, el viento que arrecia, la
palabra que calla, el fuego, el hielo, Tales de Mileto, el olvido,
las Guerras Médicas, Ulises y el Mediterráneo, Ítaca, los
caballeros de la tabla redonda, la cruz en el cruce de caminos de
irlanda, un castro, gente ardiendo en el feudo del feudo inconcluso,
Trastámara, los castillos en medio del páramo, la armadura, la
espada, los gritos de las brujas entre las llamas, América, la
desgracia, el río Amazonas, un mar de árboles, un océano de ramas,
monos y pájaros exóticos, tú y yo de nuevo dibujando paraísos, tú
y yo dibujando infiernos de locura, de amargura, de sadismo...
Finalmente, borramos la
luna, sus contornos, la mano de luz que surge de su amor y ya solo
queda oscuridad (la de este mundo y de este tiempo) y sabemos, sabes,
que nada es eterno, ni sólido. La historia nos lo recuerda.
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