Regresando de Albacete,
las estrellas brillan en las hojas de las adelfas. A la altura de
Minateda ya la boca recuerda el sabor de la cicuta. Beberla gota a
gota, sorbo a sorbo, para inmunizarme de tanto veneno impregnando las
nubes, la salmuera, el espejo de las olas, la mirada burlona de la
gaviota en el capó del coche.
Vivimos en una tierra
extraña,
paseamos por las cumbres
de la desesperanza.
No sé si la manzana
negra que saboreo esta noche está impregnada de Hegel, o si la
lectura de Panero vacía de sangre mis venas.
Pero leo
“El loquero sabe el
sabor de mi orina
Y yo el gusto de sus
manos marcando mis mejillas
Ello prueba que el
destino de las ratas
es semejante al destino
de los hombres” (*)
o
“y que a nada sino al
azar y a ninguna voluntad sagrada
de demonio o de dios debo
mi ruina” (*)
(*)- Leopoldo María
Panero
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