La trompa del elefante,
las rayas de la cebra, el cuello de la jirafa, la cola del camaleón,
la arena, el mar y el cielo dibujando hierba de mazapán en la línea
del horizonte.
Las ovejas en la ladera,
las hojas rojizas, los algodones del solsticio de invierno en las
ramas desnudas del hayedo, el alce, el vientre del viento, la lluvia,
las olas y la espuma, tu sonrisa en mi vientre, la humedad de la
noche bajo las sábanas.
El aluminio, el acero,
los obreros domeñándolo, los altos hornos, las chimeneas calientes,
la luz de la madrugada, las farolas, el barco que zarpa dividiendo
el corazón negro de las aguas, la acera mojada, la columna romana,
tu mano cruzando como el rayo mi espalda.
Un libro, la hoguera, la
biblia, el desierto ardiendo, la zarza de hielo, el arca envarada en
el monte Ararat, la prostituta que se acerca a Jesús, los pies de
seda, tus senos, el aroma de tu piel, el incienso, el viento en el
bosque, el aullido del lobo, la luna llena, tu ausencia, la muerte.
La Historia, la historia,
la mía, la tuya, la sustancia del alma, la senda, el camino, la
carretera, la autopista, el tiempo que de pronto se desboca y arrasa,
de brisa a huracán, de riachuelo a torrentera, de resignación a
rebelión, de lo individual a lo colectivo.
Aquí estamos, vosotros y
nosotros, libando el dulce de la piel de la humanidad, dulce de
membrillo, éxtasis, Bernini, Santa Teresa, la carne del paraíso, un
títere universal zarandeado por los silencios cósmicos, dios
bostezando en los anillos de Saturno.
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