Jerónimo Monserrate,
indignado con la casta, ha decidido romper con los partidos políticos
del sistema. Jerónimo es una amigo de la infancia temprana, la que
importa, la que deja huellas imborrables en las biografías
personales. Con el ensayé las primeras travesuras de la infancia: en
la huerta, entre los limoneros, masticando vinagrillo o utilizando el
cerriche como dardos hirientes en los jerséis de lana. Aquellos
fueron años de inocencia primitiva, también de juramentos eternos y
de secretos que hubieran debido ser eternos, con la sola complicidad
del polvo cósmico. Luego el tiempo, las aficiones distintas, los
amores adolescentes, los estudios y, tal vez, el deseo de romper con
lo que nos hace ser buena gente, nos separó. El se doctoró en
astrología, yo (¡pobre de mí!) decidí buscar en el pasado las
sinrazones del presente. Un error por mi parte, pero debo argüir en
mi defensa que mi familia no tenía tradición universitaria,
desbordando, por el contrario, la gremial. Jerónimo, sin embargo,
descendía de una familia de brujas (la madre, las tías, una abuela,
dos bisabuelas....) que se adentraba en las etapas más oscuras del
Medievo, en el antiguo Reino de Murcia y, más atrás, en las Cerdaña
catalana. Y de ellas, de su madre, tías y abuela primeramente,
aprendió la ciencia astrológica de una manera que repelía la
superchería y la impostura. En pocos años se especializó en la
lectura de las estrellas, investigando e innovando en disputas
astrológicas que se desarrollaban, ora pacíficamente ora en guerras
encarnizadas que terminaban en los cadalsos y, según los países, en
las hogueras (la manipulación de los poderosos por astrólogos
enfrentados, y endiosados, llegaban a tales extremos).
Lo importante en este
relato es que Jerónimo Monserrate, merced a su prestigio fundado en
la innovación de la ciencia astrológica, entró tempranamente en
las sedes de los partidos e incluso en los divanes de los políticos,
junto a los psicoanalistas traídos de la Argentina. Y entró para
quedarse; mejor para navegar con sus predicciones en los mares
procelosos de la alquimia electoral. Una muestra de la precisión de
su método astrológico fue su predicción de las victorias
autonómicas del PSOE en los años 1983, 1987 y 1991. Incluso en la
primera y tercera fecha acertó con exactitud el números de
diputados regionales del partido por entonces hegemónico (1983, 26
diputados; 1991, 24 diputados) y solo erró en un escaño en las
elecciones de 1987. En 1992 se marchó a Madrid. Felipe González
demandó sus servicios y aún hoy en día se afirma que algo tuvo que
ver, con su ciencia y las recetas que puso sobre la mesa de Ferraz,
en la derrota del PP en 1993.
Jerónimo Monserrate
regresa a Murcia en 1997. La añoranza de la tierra perdida y, como
me dijo en nuestro reencuentro, de aquellas tahullas de misterio que
rodeaban la casona familiar de la huerta, con sus palmeras, sus
naranjos y el olor a azahar que le hacían recordar el regazo
materno, le impelió a regresar al lugar que nunca debió abandonar.
Pronto, en un mes de abril oloroso y, a su parecer, triste, un
preboste del PP lo llamó por teléfono. Querían contar con el, la
exactitud de sus predicciones no se habían olvidado y el partido gobernante lo quería de asesor. Y, si nos atenemos a lo ocurrido en las
elecciones autonómicas de 1999, 2003, 2007 y 2011, Jerónimo había
perfeccionado su ciencia astrológica hasta el punto de conseguir una
precisión matemática: acertó en la composición del parlamento
autonómico con un error inferior al 2%. Ni siquiera la ciencia
estadística se atrevía a tanto. Pero lo más extraordinario es que
sus predicciones se adelantaban en dos años y un mes a la
celebración de las elecciones correspondientes, permitiendo a los
políticos populares la tranquilidad necesaria para centrarse en la
felicidad de los gobernados.
No obstante, algo cambió
en el alma de Monserrate en 2011, algo relacionado con su amor a la
brujería y a sus protagonistas, esa clase de mujeres marginadas y
perseguidas durante siglos. El cambio se inició con una primeriza
simpatía por la acampada de la Plaza del Sol y por el dolor que le
producía el empobrecimiento de vecinos y amigos. Luego, su inquietud
se transformó en abierta rebeldía. Abandonó el PP regional,
participó en los primeros círculos de Podemos, se enamoró de la
calle y de las voces ancestrales de la brujería familiar, rompió el
espejo de la miseria humano y decidió poner su ciencia al servicio
de causas que consideró de una dignidad inapelable. Eso ocurrió más
o menos en el mes de noviembre de 2013.
Para el 25 de mayo de
2014, predijo sin error la representación española en el Parlamento
Europeo, y aunque algunos se burlaron de los cinco asientos que
asignó a Podemos, el transcurso de la madrugada le dio la razón,
acalló burlas y miradas irónicas. Y lo que es más importante,
decidió poner su sapiencia al servicio de Pablo Iglesias y sus
huestes. Tal vez por esta razón, me comentó Jerónimo hace unos
días, el objetivo de Podemos es la conquista del poder en las
elecciones generales de finales de 2015, porque conocen los
resultados, y no solo los resultados, con más de un año de
anticipación, lo que les permite diseñar una estrategia que les
acerca cada vez más a la Moncloa.
En una próxima entrada,
hablaremos de las predicciones de Jerónimo Monserrate para 2015. En
concreto desde el 19 de marzo.
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