Han ido a por nosotros
enseñándonos sus fauces. Y no hemos visto nada bueno, solo oscuridad y engaño.
La historia de nuestra tierra es la crónica del olvido. Hemos enterrado la
verdad, y con ella a los hombres y mujeres de valía que alguna vez fueron los
heterodoxos condenados al destierro y el oprobio. Gente que habló en voz alta,
que luchó, que murió o que se marchó con una maleta y la mirada perdida en un
paisaje de somb
ras compactas y luces deslumbrantes.
¿Y con qué nos hemos quedado?:
con curas, monjas, poetas que versaban más acá de la cuenta, escritores
olvidados, padres de ilustres, barracas, jotas y otras mendicidades.
Mediocridad, provincianismo y aburrimiento. Ni siquiera Ramón Gaya es hijo de
esta tierra, ni Mariano Ruiz Funes, ni Carmen Conde, ni Antonio Oliver, ni tan
siquiera nuestro Vicente Medina…
Perdimos alguna vez la capacidad, o el poder,
de recordar, de inscribir en el frontispicio de nuestro horizonte vital las
vidas de otros murcianos y murcianas que fueron parte del mundo, que bebieron
de las fuentes de la tolerancia y de la libertad, y solo quedaron los nombres
de la servidumbre, de sus amos, de las gentes que nos negaron una y mil veces
la condición de seres humanos. Cuando miramos para atrás, y cruzamos los lindes
del siglo, vemos una estepa yerma, sin luces, sin árboles frondosos que
pudieran cobijar bajo su fresca sombra los latidos de la verdad. Ellos siempre
fueron los amos, escribieron la historia y segaron el recuerdo de las gentes
que pudieron ser nuestros referentes, humana y espiritualmente.
Es difícil vivir en una tierra
que borró la memoria de sus hijos e hijas, de todas aquellas personas díscolas
que quisieron cambiar la realidad y que se estrellaron con el poder caciquil de
los señores del país. Gentes que vivieron muchos años silenciadas, señaladas,
olvidadas, desarraigadas de la memoria colectiva, y a las que, con la
democracia, se les dio migajas en forma de rótulos de calles, nombres de
algunos (escasos) institutos y museos aislados, mientras su pensamiento, su
obra, su arte era obviado.
Y ahora, con la crisis, con el
despertar colectivo que ha supuesto saber que volvemos a estar en la ruina
porque los mismos caciques de siempre han vuelto a enriquecerse a nuestra
costa, mientras se rasgan las vestiduras porque algunos y algunas nos atrevemos
a cuestionar sus ladrillazos y tijeretazos, sería bueno, sería decente, volver
la mirada y recordar que no todo el pensamiento, la literatura, el arte de
nuestra tierra estuvo siempre en manos de la mediocridad y el dominio
indecente. Tuvimos liberales, tuvimos gente abierta a una cultura cosmopolita,
tuvimos personas a las que se las quiere enterrar en el valle del olvido porque
son ejemplo palpable de que una vida distinta y más libre es posible en estas
tierras mediterráneas, en estos paisajes murcianos anegados por la intolerancia
de unos pocos.
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