No lejos,
las serpientes quietas, calladas,
observando el brillo del sol sobre los rastrojos,
el latido inane de las barcazas,
que eran exhibidos por las plazas de los pueblos
y enturbiados en las charcas de las aldeas,
el silencio que pudo ser eterno
de los versos recitados
en los contrafuertes de la lealtad y de la verdad.
El mechón de cabello del poeta
en la cajita de música,
madera oscura que huele a muerte,
y un poco más allá su mano asolada,
el reflujo del agua de la laguna
y el brillo de los saltamontes
que penan el crepúsculo
con una pose de tumba colectiva.
En la línea pardusca de las colmenas,en la ladera de los diapasones que templan el alma,
a la vista del campanario que domina el valle,
se excavó una fosa común.
Allí fue enterrado el poeta,
y con los huesos de raíces
y lombrices blanquecinas de sus vecinos,
compuso un poema a las estrellas,
extraños versos para un hombre
de ojos de arena mojada.
La miel regó la tierra removida,
se fragmentó en perlas dulces
y cada flor de la primavera siguiente
se vistió con el olor,
con el sabor,
con el amor de los enjambres de abejas
que murieron en los campos de batalla,
junto a las barcazas,
el musgo
y el semen estéril de los soldados.
Aquella franja de tierra fue solar de libertad
en los terribles años que sucedieron a la derrota,
allí estaban esparcidas las palabras del poeta del agua,
de la tierra,
de la luz
y de la desdicha...
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