Afuera el viento agita las ramas de las acacias. Las nubes blancas y finas, casi trasparentes sobre una luna de gasa tenue, una ciudad en escorzos violetas, las calles ateridas de frío y el sonido de los pasos sobre las losas de granito. Esta es mi ciudad, estas mis manos, este mi cabello y el remolino de sombras que me rodea. Vuelvo de la universidad. Me he bajado del tranvía, he caminado sobre el césped artificial contemplando la luz cálida de la cabina, a Fátima levantando la cabeza de libro abierto sobre su regazo para despedirse, el viento levantando del suelo bolsas de plástico. “Hasta mañana, Fátima”, –le digo con la mirada. Ella se despide con una sonrisa. Inclina la cabeza sobre el libro, pasa la página. “Mañana te hablo de Nati, Àngels, Marga y Patri”. Mañana…
Mañana te cuento aquello de lo que no he querido hablarte esta noche. Estabas leyendo con tanto interés que no he podido interrumpirte. He mirado las luces de la ciudad detrás del cristal, he visto caminar a la gente protegiéndose del viento, esa ventisca que arrastra las hojas de los plataneros y las acumula en los portales de los edificios, y no he querido importunarte, Fátima. Tu cuerpo parecía moverse como un cisne cuando pasabas la página del libro. Como tú hiciste otras veces conmigo: callar cuando pensabas que la alegría era más completa guardando silencio, abrazarme cuando sabías de mi tristeza, de ese mundo interior que nunca termina de hacerse palabra.
No he querido hablarte del miedo, Fátima. De ese terror que se apodera de mí cuando bajo del tranvía, miro el cielo y solo veo los cristales de la luna esparcidos por el suelo, mis pies desnudos, el aullido de la bestia. Las calles me dan miedo, Fátima. Siempre quise que bajaras conmigo en la misma estación, que camináramos un trecho de césped artificial, que esperáramos a que el semáforo se pusiera en verde, escuchar el trino metálico del pájaro, la luz de las farolas entre el follaje de los árboles. La noche es terrible, Fátima; la noche y sus ruidos.
No sé cuando me atreveré a mirarte a los ojos y contártelo todo, Fátima. Ese secreto que guardo me aterroriza. La calle vacía, la penumbra del parque, las risas de hiena, los brazos que me retienen… y sobre todo la gente que duda de ti, las preguntas interminables, la imagen fija que te abofetea cuando contemplas a lo lejos la brasa del cigarrillo en la oscuridad.
Estuve a punto de hablarte de mí, Fátima, porque eres fuerte. Te ríes de lo que yo temo, de las manadas y la noche, de esa cultura de mierda que nos hace ser menos libres y espontáneas. Fue en el tranvía, cuando leías y sonreías, y me hablabas del techo caído y del retazo de estrellas en lo alto, de la valentía de ser mujer y de la necesidad de luchar en este tiempo de sombras.
Quiero ser fuerte como tú, Fátima. Quiero ser fuerte contigo, Fátima. Quise besarte cuando pasabas las páginas de Lectura Fácil pero temí tu reacción. Tal vez no comprendieras que con el beso besaba a todas las mujeres que se unen y luchan y yo quiero ser una de ellas. ¡Pero es todo tan difícil, mi amiga!
Quiero dejar de tener miedo a la noche, Fátima.
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