Llegó la mañana con sus
lienzos de luz. Una detrás de otra, las horas pesaban, empujaban
para abajo con su latidos de plomo. Alguna garceta cruzó el cielo,
más allá del río y las desnudeces del nuevo día se vestían con
el algodón de las nubes que organizaban la cúpula celeste. Nadie
podría pensar que en un día como aquel, idéntico a todos los que
se agrupaban en fila india desde el mismo origen de la palabra
escrita, el mundo se nos viniera encima. Y lo hizo con el estruendo
del pie de las cataratas, con la riada de un día otoñal, pongamos
que el de Santa Teresa, con la desesperación de los que siempre
fueron pobres y comenzaban a atesorar plata y poder.
Pobres gentes que
llegaron tarde al festín, que cuando se sentaron a la mesa, del
cordero solo quedaban los huesos, que aprendieron de sus predecesores
la alquimia de la riqueza sin que nunca pudieran espejar el futuro
con sus fórmulas magistrales. Gentes como tú y como yo que frotaron
la lámpara de Aladino sin que de ella saliera genio alguno, ni
siquiera un doblón de oro o el ojo de la puerta del serrallo.
¡Fueron tantos los ríos
de oro que fluyeron desde el corazón dormido del pueblo!, ¡fueron
tanto los sueños que se cumplieron entre sábanas de seda, arenas
tropicales y noches de blanco satén!, ¡fueron tantas las
complicidades silenciadas por el metal que erigió imperios y los
envió, una vez cumplida su sagrada misión, a los basureros del
olvido!.
Creímos en el fin de la
Historia con una lujuria irrefrenable, bebimos de la fuente del
comercio, atesoramos las monedas de la traición en el hueco de la
indignidad, fuimos inconscientes durante una década creyendo que el
espíritu de la época era eterno y no la efímera vida de las
magnolias.
Y entonces el mundo se
vino abajo con un estruendo terrible.
Cayeron empresarios,
cayeron soldados de fortuna, cayeron políticos, alcaldes y antiguos
idealistas. Cayeron soñadores sanados hacía dos décadas, cayeron
poetas del dinero y economistas de la palabra. Cayeron montañas de
decencia, cayeron los últimos vestigios de la enfermedad de la
solidaridad. Cayeron y ya nunca volvieron a levantarse.
¡ Qué terrible
sensación de desnudez!. ¡Los nimios ahorros de una larga vida de
lucha cuestionado por los plebeyos, iluminado por las cámaras de
televisión, violado por las miradas burlonas, azotado por los
gélidos vientos de la revuelta colectiva!.
Llegan tiempos de
honradez forzada, llegan tiempos de justicia.
Punica granatum.
El
horror que se cierne sobre el universo.
1 comentario:
Camotín. Ese era el apodo que esta mañana no me salía.
Y no había caído yo en lo de punica granatum.
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